25 de noviembre de 2016

Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles

Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo más hondo de nuestro corazón. Aún hoy, los echamos en falta y daríamos lo que fuera por volver a escuchar sus historias, por sentir sus caricias y esas miradas llenas de infinita ternura.
Sabemos que es ley de vida, mientras los abuelos tienen el privilegio de vernos nacer y crecer, nosotros hemos de ser testigos de cómo envejecen y dicen adiós a este mundo. Su pérdida, es casi siempre la primera despedida a la que hemos tenido que enfrentarnos en nuestra infancia.
Los abuelos que son partícipes en la crianza de sus nietos dejan huellas en su alma, legados que los acompañarán de por vida como semillas de amor imperecedero para esos días en que se vuelvan invisibles.
Hoy en día es muy común ver a los abuelos y a las abuelas involucrados en las tareas de crianza con sus nietos. Son una red apoyo inestimable en las familias actuales. No obstante, su papel no es el mismo que el de un padre o una madre, y eso es algo que los niños intuyen desde bien temprano.
El vínculo de los abuelos y los nietos se crea desde una complicidad mucho más íntima y profunda, por ello, su pérdida puede ser en muchos casos algo muy delicado en la mente de un niño o un adolescente. Te invitamos a reflexionar sobre este tema con nosotros.
abuelo paseando junto a sus nietos con un perro

El adiós a los abuelos: la primera experiencia con la pérdida

Muchas personas tienen el privilegio de tener a su lado a alguno de sus abuelos habiendo llegado a la edad adulta. Otros, en cambio, tuvieron que afrontar su muerte en la primera infancia, en esa edad en que aún no se entiende la pérdida en todo su realismo, y donde los adultos, en ocasiones, la explican mal. Como intentando dulcificar la muerte o hacer como “si no doliera”.
La mayoría de psicopedagogos nos lo dicen bien claro: a un niño se le debe decir siempre la verdad. Es necesario adaptar el mensaje a su edad, de eso no hay duda, pero un error que suelen cometer muchos papás es en evitar, por ejemplo. una última despedida entre el niño y el abuelo en el hospital o en hacer uso de metáforas como “el abuelo está en una estrella o la abuela está durmiendo en el cielo”.
  • A los niños se les debe explicar la muerte de manera sencilla y sin metáforas para que no se hagan ideas equivocadas. Si le decimos que el abuelo se ha ido, lo más probable es que el niño pregunte cuándo va a volver.
  • Si explicamos al pequeño la muerte desde una visión religiosa determinada, es necesarioincidir en el hecho de que “no va a regresar”. Un niño pequeño solo puede absorber cantidades limitadas de información; así que las explicaciones deben ser lo más breves pero sencillas posibles.
árbol-con-hada
Es importante tener en cuenta también que la muerte no es un tabú y que las lágrimas de los adultos no tienen por qué quedar ocultas ante la mirada infantil. Todos sufrimos la pérdida de un ser querido y es necesario hablar de ella y desahogarla. Los niños lo harán a su tiempo y en su momento, por ello, hemos de ser adecuados facilitadores de ese proceso.
Los niños nos harán muchas preguntas que necesitan de las mejores y más pacientes respuestas. La pérdida de los abuelos en la infancia o en la adolescencia siempre es complejo, así que es necesario atravesar ese duelo en familia siendo muy intuitivos ante cualquier necesidad de nuestros hijos.

Aunque no estén, siguen muy presentes

Los abuelos, aunque no estén, siguen muy presentes en nuestras vidas, en esos escenarios comunes que compartimos con nuestra familia e incluso en ese legado oral que ofrecemos a las nuevas generaciones. A los nuevos nietos o biznietos que no pudieron conocer al abuelo o a la abuela.
Los abuelos sostuvieron nuestras manos durante un tiempo, mientras nos enseñaban a andar, pero luego, lo que sostuvieron para siempre fueron nuestros corazones, ahí donde dormirán eternamente ofreciéndonos su luz, su recuerdo.
Sus presencias habitan aún en esas fotografías amarillentas que se guardan en marcos y no en la memoria de un móvil. El abuelo está en ese árbol que plantó con sus manos, en ese vestido que nos cosió la abuela y que aún conservamos.
Están en los olores de esos pasteles que habitan en nuestra memoria emocional. Su recuerdo está también en cada uno de los consejos que nos dieron, en las historias que nos contaron, en el modo en que nos hacemos los nudos de los zapatos e incluso en ese hoyuelo en el mentón que hemos heredado de ellos.
el legado de mi abuelo, un vínculo eterno
Los abuelos no mueren, porque se inscriben en nuestras emociones de un modo más delicado y profundo que la simple genética. Nos enseñaron a ir un poco más despacio y a su ritmo, a saborear una tarde en el campo, a descubrir que los buenos libros tienen un olor especial ya que existe un lenguaje que va mucho más allá de las palabras.
Es el lenguaje de un abrazo, de una caricia, de una sonrisa cómplice y de un paseo a media tarde compartiendo silencios mientras vemos el atardecer. Todo ello perdurará para siempre, y es ahí donde acontece la auténtica eternidad de las personas.
En el legado afectuoso de quienes nos aman de verdad y que nos honran al recordarnos cada día.
Fuente: Lamenteesmaravillosa.com
Mi Lugar Favorito

¿Los perros sueñan?

Es común ver que mientras nuestro perro duerme: mueve la cola, gime e incluso sacude las patas. ¿Es cierto que están soñando? ¡Por supuesto que si! Los sueños forman parte de los procesos que realiza el cerebro para asimilar las experiencias que vivimos. Los perros también procesan experiencias de vida y toda su habilidad cognitiva (ya estudiada y comprobada) permite deducir que durante el sueño procesan su aprendizaje.
Se sabe que los perros llegan a la fase de sueño REM (la cual está directamente relacionada con los sueños) y durante esta fase conservan un sueño ligero que les permite escuchar ruidos y responder ante cualquier alerta. En el sueño REM es cuando los perros gimen y mueven diferentes partes del cuerpo. Se han realizado estudios en donde se comparó el sueño en perros que han sufrido abusos, con el de perros felices. Los resultados muestran que los perros no tienen pesadillas como nosotros, en lugar de eso, un perro que ha vivido malas experiencias o que está deprimido disminuye al mínimo el proceso mental que los hace “soñar”. Se especula que los perros sueñan con los momentos de mayor emoción que viven durante el día.
Super Cachorros

10 de noviembre de 2016

8 tips para acabar con el estrés


                                                                                                                        Dr. Moisés Muñiz

ABRÁZAME, TENGO UN HIJO DE 2 AÑOS...

Me meto a duchar y te enojas mucho. Llanto y grito desbordante.
Te hablo mientras me apuro, no escuchas, no puedes escucharme desde tu rabia.
Me salgo, seco y visto medio mojada. Sigues gritando y llorando.
Mi propia rabia ya está aquí, la siento en mi piel, en mis manos. Y en mi mente me veo pegándote.
Mi propia pataleta está aquí. Mi instinto dice “ataca o huye”. Decido huir, quedarme a tu lado es peligroso para ti. La rabia la siento en mis manos y la veo en mi mente.
No me dejas huir. Gritas, lloras con más fuerza, me tiras el calzón. Estás absolutamente desbordado. Tu pataleta gigante está aquí.
Te tomo en brazos por amor. Por amor decido quedarme en circunstancias que sólo quiero atacar o huir.
Te tomo y te siento en mi cadera sin mirarte. Siento demasiada rabia para mirarte. Sólo quería ducharme, 3 minutos, ¿No podías esperar 3 minutos?
Siento tu mirada intensa posada en mí. No quiero ni mirarte, pero te miro.
Tu carita expectante e interrogadora. Tu mirada busca contacto y también respuestas.
Encontrarme con tu mirada regula mi propia pataleta, mi rabia y frustración. Ya no quiero huir, no quiero atacar, quiero quedarme contigo, y responder con sensibilidad a lo que sientes.
Te miro, saco la dureza de mi cara y te sonrío. En un segundo, cambias tu mirada, la relajas y ya no buscas respuestas.
Apoyas tu cabeza en mi hombro y sollozas acurrucado.
Y pienso, ¿Por qué no te acogí antes? ¿Por qué no fui más oportuna al responder? ¿Por qué no acompañé tu pataleta desde el principio?
Y me respondo, porque sentí rabia de no poder ducharme, porque me frustré que no me escucharas. Porque me enojó que te enojaras. Porque mi pataleta no dejó espacio para regular la tuya.
Sentémonos mejor, acurrucados. Respiremos al mismo compás.
Y reflexiono, lo mismo que me da vueltas siempre, ¿Por qué no te dicen que siempre, o casi siempre, al acompañar la pataleta de tu hijo deberás también regular la tuya? ¿Y quién me abraza a mi ahora?
Mejor sigamos acurrucados.
Y concluyo, debería existir una polera que diga “Abrázame, tengo un hijo de 2 años”.
Autor: Blanca García
Extraído de 9 Lunas
Escuela para padres