17 de febrero de 2011

La sabiduría de los cuentos populares"

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Dicen que una vez una mujer le preguntó a Einstein qué hacer para que sus hijos fueran más inteligentes y Einstein le respondió:
«Léales cuentos de hadas».

La mujer, riéndose, le replicó:
«Ya, ¿y qué debo hacer después de haberles leído cuentos de hadas?».

Y Einstein le dijo: «Pues léales más cuentos de hadas».
Seguramente, afirma quien cuenta lo sucedido, la escritora Mem Fox, Einstein pensaba que «los cuentos de hadas requieren una mente atenta a los detalles, muy activa en la resolución de problemas, capaz de viajar por los corredores de la predicción y la búsqueda de los significados». De todos modos, la verdadera importancia de los cuentos, y no de los cuentos populares en general sino de los que, después de un proceso que ha durado siglos, son mayoritariamente considerados como los mejores, es que contienen un destilado de la sabiduría que necesitamos para la vida.

Esto lo formula bien Italo Calvino cuando explica que «los cuentos de hadas son verdaderos» porque, «tomados en conjunto, con su siempre reiterada y siempre diversa casuística de acontecimientos humanos», nos dan una explicación general de la vida y nos enseñan todo «un catálogo de los destinos que pueden padecer un hombre o una mujer». Así, vemos que nos hablan de la división de los hombres en reyes y humildes pero de su igualdad sustancial; de la persecución del inocente y de su rescate; de «la suerte común de verse sujeto a encantamientos, esto es, de estar determinado por fuerzas complejas e ignoradas»; de que la lucha por liberarse y autodeterminarse es un deber elemental inseparable de intentar a la vez liberar a los otros, pues de ningún modo podemos liberarnos solos; de «la fidelidad a un empeño y la pureza de corazón como virtudes básicas que conducen a la salvación y al triunfo»; de las pruebas necesarias para llegar a la edad adulta y la madurez y así poder confirmarse como ser humano; de «la belleza como signo de gracia, aunque pueda ocultársela bajo atuendos de modesta fealdad, como un cuerpo de rana»; de la unidad básica de todo lo creado —hombres, bestias, plantas y cosas— y de «la infinita posibilidad de metamorfosis de todo lo que existe».

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