30 de julio de 2012

Mi abuelo, mi papá y por poco mi marido

Viene silbando un paseo vallenato, viene de la montaña en su burro bayo, viene de trabajar, viene contento, como de costumbre se está tomando sus tragos de ron, al entrar al pueblo se encuentra con el hombre mas viejo de la región, el señor Clodomiro, se saludan. —Clodo… ¿Cómo estás? —No se preocupe ya lo voy a buscar... Está en el Ceibote. Contestó el anciano —Vea… ¿Qué cómo está? —Ese burro me va a causar la muerte. Replicó Clodomiro. Ambrosio María se ríe y continúa su camino refunfuñando: Ahora si lo cogieron los años.... ya no oye, este viejo del carajo. Sigue silbando, se toma un trago y se aleja. María de Todos los Santos, es nieta de del viejo Clodo, vive con él en una casa de bahareque, que tiene un solo cuarto, dividido con un tabique hecho de cartón de cajas de cigarrillos de contrabando, una que otra fotografía de mujeres desnudas, arrancadas de almanaques viejos. Su mayor orgullo es haber cumplido los noventa años sin haber perdido su virginidad. Vea joven, me dijo, cuando a mí me iban a dotar, yo tendría unos trece años, vino aquí al pueblo un maromero de circo y nos ennoviamos, como dicen ahora, pero a mi mamá, que en paz descanse, le dió miedo que ese hombre me llevara, porque no me volvería a ver más, era como si yo me muriera y lo justificaba diciendo que los maromeros recorren todos los pueblos y jamás regresan donde ya estuvieron. Después que mi mamá murió me hice cargo de su papá, el viejo Clodo y ahí se me fueron pasando los años y aquí estoy que ya no provoco. Le brotan unas gruesas lágrimas de los ojos, que ya se ven grises, debe ser por el paso de los años. Para que continúe echándome la historia le lanzo un cumplido. —Niña Mary son pocas las mujeres que a su edad se ven tan hermosas, usted es linda. —¡Ay! Carajo, Linda... Le voy a contar algo que es casi una confesión, porque en pueblo chico el infierno es grande y nunca me atreví a contárselo a nadie, pero que carajo, si al fin y al cabo usted no va a escribir mi verdadero nombre, porque ya me lo prometió y por otra parte usted me agrada y se vé que es un hombre de palabra. Quise decir algo, pero ella me interrumpió. Mire aquí este almanaque, hay dos fechas señaladas, con tizne de carbón, la primera es el día en que tomé la decisión de prestarle atención a las proposiciones amorosas de mi abuelo Clodo, él me pretendió desde antes que lo hiciera el maromero, me decía: María de los Santos... eres linda y sólo quedamos tu mamá que pronto morirá, tú y yo, no dejemos acabar la familia. Esta fecha también coincide con la muerte de mi mamá, el día que ella murió yo estaba lavando la ropa en el río y mi abuelo me fue a buscar, en el camino me abrazó, me puso sus labios en mi oreja y me susurró: “Piense bien que ya estoy viejo y no me queda mucho”. No contesté, llevaba un miedo extraño. Cuando llegué a la casa, encontré a mi madre moribunda, se me aguaron los ojos y me acerqué a ella. No te mueras, te necesito mucho. Saqué mi pañuelo y se lo entregué, para que se secara las lágrimas. Como la vi mal le comenté. Dejemos hasta aquí, yo regreso. Pero ella continuó, haciendo caso omiso a mi propuesta. MI mamá comenzó a confesarme su secreto. Aún está llorando, me paro como para despedirme, pero ella sigue su narración. —Mary, tú eres una mujer joven y linda, cuando mi alma abandone a este malparado cuerpo, te toca hacerte cargo de mi papá, así como yo me hice cargo cuando mi mamá murió, tú estas viva por él, cuando mi mamá murió yo estaba como tú, y me tocó atenderlo y no me arrepiento porque es un hombre tierno y lo sabe llevar a una, tú fuiste engendrada y criada por él, ahora te toca pagarle. —¿O sea que mi abuelo es mi padre? Pero tú me habías dicho que mi papá murió el día en que nací. —Nadie puede saber que él es tu papá, tu abuelo y desde mi muerte tu marido, por eso el día que tengas un hijo le dirás que su padre murió, de la misma manera que yo te dije a ti. Terminando mi madre de decir eso enseguida murió. El velorio duró once días, tres con la finada y las nueve noches. El vaso con agua, que se le puso en la mesa de la tumba, se secó completamente, mi madre murió con sed. Se secó las lágrimas y me pidió candela para prender una calilla de tabaco. Siguió contándome su historia. Bueno, los días del duelo mi abuelo no me buscó, pero, yo había tomado la decisión de entregármele, como fue la última voluntad de mi madre. El duró como un mes borracho a punta de ron, llegaba del monte y se acostaba en una hamaca en la enramada del patio, no me decía nada. Cualquier día me dijo: “Mi linda Mary, venga hacerme compañía”. Me acosté con él en la hamaca y comenzó a tocarme por todas partes, yo sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Me levantó la pollera y me besó, ahí conocí la ternura de la que mi mamá me habló. Lo que al principio me daba mucho temor, con el tiempo se volvió el pan nuestro de cada día. Yo lo esperaba que llegara del monte para estar con él. El charco de saliva que había hecho en el suelo era enorme, seguía fumando tabaco y contándome. Esta otra fecha, que ve marcada de la misma forma, es el día que el quiso enseñarme más de lo que yo sabía, pero no pudo, ya su cuerpo no respondía. Ese día me besó como de costumbre entre las piernas y mis pechos, pero me desnudó por completo, luego el también se desnudó, hasta ese momento yo no lo había visto en cueros, tampoco había visto la otra vaina y tampoco sabía como se usaba. Por horas trató de enseñarme, pero en últimas no pudo. Ahora no llora sino que se ríe, con una sonrisa picara. La miro y la acompaño a reír. —Bueno joven lo cogió la noche, quédese a dormir, porque el camino es culebrero, los pelaos, de los dos bandos están revueltos, ya no hay tranquilidad por aquí como antes. No se preocupe que esta es su casa ahora nos acomodamos. —Bueno si nó incomodo, con eso conozco al señor Clodo, cuando venga. —No debe demorar mucho. La niña Mary entró a la casita y me sacó una hamaca vieja, remendada y mal oliente. —Esta es la hamaca de mi abuelo, se la voy a prestar porque él duerme conmigo en la cama, desde la última fecha que le mostré. —Le agradezco niña Mary. Que Dios se lo pague. Me entregó la hamaca y se fue riendo. Colgué dentro de la casa, del lado del tabique que hacía de recibo. Me quedé dormido, estaba cansado. A la media noche desperté, sentía del otro lado del tabique un quejido, una respiración como gemida y entrecortada, no pude dormir más, no sé si era el ruido o la intriga de saber que pasaba detrás de los cartones, no podía imaginarme al par de viejitos en las andanzas de Eros. Me paré con mucho cuidado y traté de observar por algunos huecos que tenía el tabique, pero la falta de luz no me permitió ver. A las cinco de la mañana se levanta la niña María, se para al lado de la hamaca y me dice: —no se hubiera trasnochado. —Perdóneme niña pero me desvelé. —Porque usted tiene una mente fina. Pero, ya nosotros no hacemos nada de lo que le he contado, el quejido que oyó y no lo dejaba dormir es de mi abuelo que es asmático y el pecho le suena como mujer en plena fornicación. Fuente del Artículo: http://www.editum.org/autor-630=Martin-Alonso-Vega-Soto.html

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