8 de mayo de 2013

Ciclo de la violencia de género

En la violencia de género se pueden distinguir 3 fases: acumulación de tensión; agresión y fase de “arrepentimiento”.
Esta última fase genera en las maltratadas una ficción de reencuentro llamada luna de miel donde el agresor intenta cumplir con la forma idealizada de pareja que tiene su víctima.
Según Walker la repetición de estos ciclos sirve para atar muy fuertemente a una mujer maltratada con su agresor. Mientras tiene lugar la agresión la mujer sufre una disociación acompañada de un sentimiento de incredulidad,  de que eso esté sucediendo realmente; esto iría seguido de un colapso emocional, similar al experimentado por víctimas de secuestros o desastres, este colapso se acompaña de inactividad, depresión, ansiedad, autoinculpación y sentimientos de indefensión.

El Vínculo Traumático

Esta teoría fue desarrollada por Dutton y Painter y hace referencia a una relación basada en el desequilibrio de poder que ejerce el maltratador golpeando, abusando o intimidando a su pareja de forma intermitente y creando en ella fuertes apegos emocionales.
El vínculo traumático se hace más poderoso cuando un castigo físico es administrado a intervalos, es decir, periodos de castigo con otros más amigables.  La diferencia extrema entre ambas conductas acrecienta aún más el vínculo (Reforzamiento negativo),  la conducta de arrepentimiento se asocia al cese de la violencia y la fase de “luna de miel” descrita por Walker queda reforzada. El arrepentimiento se establece  como estímulo positivo.
Cuando una mujer abandona una relación abusiva, el miedo comienza a debilitarse por la distancia y esta sensación de alivio por cese de la violencia, que quedó grabada como un esquema mental, comienza a cobrar fuerza. La figura de la pareja que se mostraba arrepentida y amorosa es recordada en la distancia y cuando el estímulo reforzado es más intenso que el miedo, es posible que la mujer decida retornar.
En situaciones de un extremo desequilibrio de poder, la perspectiva del agresor será interiorizada por la persona menos poderosa que se autovalorará progresivamente más necesitada de la otra.
Quien posee mayor poder, el agresor, adquiere una idea sobredimensionada de sí mismo; es por esto por lo la persona poderosa se vuelve dependiente de la sometida; pues a través de este desequilibrio puede sostener la imagen adquirida. La sensación de poder es una especie de máscara de la cual se desprende cuando su víctima intenta abandonarlo. Esta es la explicación de los intentos desesperados del maltratador para atraer a su pareja a través de amenazas o de ficciones de arrepentimiento.
La desvalorización de la mujer junto con los intentos del agresor para mantener su imagen a costa del sometimiento de la mujer explican las dificultades para la ruptura de esa relación.

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