El descubrimiento del horno microondas es una anécdota muy simpática,
puesto que se trata de uno de esos hallazgos prácticos casuales con los
que de vez en cuando nos sorprende este curioso mundo.
Hacia 1946 Percy Spencer era un ingeniero de la empresa Raytheon,
dedicada a la investigación científica y colaboradora habitual del
gobierno de los USA. Spencer estaba realizando investigaciones con un
magnetrón (un generador de altas frecuencias para usarlo como radar);
tras pasar un tiempo al lado de este invento, Spencer se sacó una
tableta de chocolate del bolso de su bata y comprobó que estaba fundida.
Tras darle vueltas en la cabeza a este hecho, buscó unos cuantos
granos de maiz y los puso al lado del magnetrón: al poco tiempo tenía
palomitas de maiz. Al día siguiente llamó a un colega y puso un huevo al
lado del magnetrón: el huevo empezó a vibrar y estalló salpicándoles la
cara de yema caliente. Spencer comprendío enseguida que las microondas
de baja intensidad porducían una serie de reacciones que daban como
resultado una subida de temperatura, y se le ocurrió la idea de hacer un
horno empleando este sistema.
Los ingenieros de Raytheon estudiaron y perfeccionaron los primeros
bocetos de Spencer, se patentó en 1946 y al año siguiente vio la luz el
primer microondas: pesaba 80 kg, medía 1,60 y costaba la friolera de
5000 dólares; además necesitaban de una instalación de agua para
refrigerarlos. Al principio solo fue usado en restaurantes, industrias y
lugares especiales dónde fuese dificil mantener la comida caliente,
pero en los años 70, con la llegada de la miniaturización y tras
numerosas mejoras, el microondas era ya un horno doméstico presente en
numerosos hogares de todo el mundo.
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