Prof. Dr. Marcelo Arnold-Cathalifaud
Director
Observatorio Social del Envejecimiento y la Vejez
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Chile
Director
Observatorio Social del Envejecimiento y la Vejez
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Chile
Desde mediados del siglo pasado la fecundidad y la mortalidad de la población
han descendido considerablemente en casi todos los países. Se empiezan
a expresar nítidamente los síntomas del envejecimiento de la
población. La esperanza de vida al nacer,
para ambos sexos, en el quinquenio 1950-55 era de 53 años, ya durante
los primeros cinco años del siglo XXI alcanza los 73 años. Es
decir tenemos un saldo a favor de 20 años.
La mayoría de los que hoy nacen llegarán a viejos, de hecho,
si las aplicaciones biomédicas continúan sus logros, muy pocos
morirán jóvenes. El aumento de la esperanza de vida es un rebote
de las mejoras sanitarias y nuevas condiciones de vida que se están generalizando,
las que tienen repercusiones tanto positivas como negativas. Entre las primeras
se destaca que la mayoría de las personas envejecen más capacitadas
y sanas, con buenos niveles de satisfacción vital y por lo tanto quieren,
por sobre todo, mantener su bienestar, dignidad e independencia por el tiempo
más largo posible, es decir darle más vida a los años ganados.
Los adultos actuales observan cómo las personas mayores de 65 años
han añadido más años y mejor salud a sus vidas, y constatan
que el nivel funcional promedio de los octogenarios es equivalente a los de
70 años en la época de sus padres.
Paradojalmente, el aumento de años de vida conlleva que muchos ancianos
tendrán mayores posibilidades de padecer enfermedades invalidantes y
que pasar por ellas en el último capítulo de la vida empiece a
ser una situación "normal". Efectivamente, no obstante el optimismo
que desencadenan las imágenes saludables de los actuales envejecientes,
no se dispone de fórmulas para anular la inexorable tendencia a la fragilidad
del organismo humano. El proceso de envejecimiento normal aumenta la vulnerabilidad
a las enfermedades, el 50% de los cánceres ocurren después de
los 65 años, y las tasas de incidencia de las enfermedades coronarias,
la osteoporosis y el Alzheimer también se correlacionan con las edades
avanzadas.
Las situaciones antes descritas revelan la existencia de cursos distintos de
envejecimiento y la necesidad de distinguir a los distintos grupos de adultos
mayores. Es desde este marco que se acostumbra a distinguir entre una "tercera
edad" -viejos/jóvenes- y una "cuarta edad" -viejos/viejos-.
Estas categorías diferencian a los adultos mayores de acuerdo a sus competencias
y fragilidades. Pero no es fácil precisar cronológicamente fronteras
que dependen de diferentes escenarios y factores entremezclados como la salud
física y condición psicológica, las diferencias culturales,
el nivel socioeconómico, el nivel educacional, la localización
residencial, la situación familiar y las actividades que desempeñan
o han desempeñado quienes se incluyen en ellas.
La noción de tercera edad que ha ganado significado mediático,
político y económico representa a personas normalmente desvinculadas
del mundo laboral, pero que cuentan con buenos indicadores de salud y de integración
social. La economía con su versátil lenguaje los empieza a identificar
como un grupo significativo de consumidores. Mientras que la cuarta edad refiere
a quienes necesitan, en forma permanente, de prestaciones socio-sanitarias y
que normalmente son mayores de 75 años, aunque esta señalización
cronológica es muy defectuosa dada la heterogeneidad de los cursos de
envejecimiento. Efectivamente, poco tienen que ver personas recién pensionadas
que se acogen a planes de turismo para sus años dorados, de ancianas(os)
postrados o institucionalizadas(os).
Es muy importante distinguir las distintas categorías de adultos mayores
por sus efectos en la sociedad y las familias. Pero antes aclaremos que el tiempo
de incremento rápido de la esperanza de vida humana esta llegando a su
término y un mayor volumen de la población llegará a los
umbrales de la vida humana -que alcanza los 115 años aproximadamente.
Lo que sigue es que la población se sobreenvejecerá. A nivel mundial,
durante el próximo medio siglo el número de personas mayores de
85 años se multiplicara por seis (envejecimiento de los ancianos). Las
consecuencias de este fenómeno equivalen a una verdadera revolución
silenciosa y son, hasta ahora, materia de conjeturas.
Las cifras son elocuentes, en el primer cuarto de este siglo casi un millón
de chilenos tendrán más de 75 años -uno de cada cuatro
adultos mayores- entre ellos dos tercios serán mujeres. Esta cantidad
se duplicará en los siguientes veinticinco años y su ritmo de
crecimiento será el más alto de todos los grupos de edad. La magnitud
del fenómeno no solamente proyectará sus impactos en los sistemas
de pensiones, seguridad social y sanitaria. Serán comunes las familias
compuestas por cuatro generaciones en donde los abuelos deben hacerse cargo
de sus padres y no solamente de sus nietos; el sobreenvejecimiento tendrá
una cara decididamente femenina, pues las mujeres viven en promedio más
años que los hombres, sus probabilidades de enviudar son mayores y por
lo tanto se incrementará la cantidad de personas que vivirán en
soledad o institucionalizadas. En un par de decenios más las advertencias
de autocuidado que hoy se destinan a los adultos se redoblaran hacia los mismos
adultos mayores con el objeto de extender su tercera edad, y comprimir su morbilidad
a la cuarta edad con el objeto de intentar hacer lo más breve posible
los padecimientos que pueden afectar sus últimos períodos de vida.
¿Qué significaran los cambios demográficos en el paisaje
social de los chilenos? Algo de ello puede anticiparse, por ejemplo, en las
comunas de Providencia y Ñuñoa, en las cuáles el 8% y 7%
respectivamente de su actual población es actualmente mayor de 75 años.
Sin duda, sería de gran interés evaluar los aprendizajes sociales
que están ocurriendo en ellas tanto al nivel del uso de los espacios
públicos como en las dinámicas familiares, económicas y
políticas.
Quizás nuestras actuales bonanzas económicas podrían invitar
a nuestras autoridades y representantes a meditar sobre cómo contendremos
los desafíos que se avecinan con el envejecimiento de la población.
Mientras tanto algunas interrogantes se están abriendo a la comunicación
y la reflexión pública. Por ejemplo, el tema de la muerte digna
y de las prolongaciones innecesarias de la vida biológica están
pasando al debate ciudadano; la contención de los cuidadores de los adultos
mayores forma parte de temas que empiezan a considerarse como materias de política
pública; lentamente se empieza a visualizar la necesidad creciente de
nuevas profesiones y especialistas en los temas del envejecimiento y de la vejez.
Quizá hay más lentitud en preparar a la sociedad para una convivencia
intergeneracional cada vez más diversa, heterogénea y recurrente,
en este sentido el rol de los medios de comunicación de masas es incipiente
(especialmente en lo referido a la televisión abierta).
Frente al tema de la cuarta edad, en términos más culturales
y valóricos, debemos considerar que somos víctimas de nuestros
propios éxitos. La sociedad chilena moderna, como en gran parte de Occidente,
esta orientada al logro personal y al consumismo, entrega posibilidades que
no anida. La prolongación de la vida humana no ha sido acompasada con
un sentido para la misma. Sin embargo, tengo la impresión que se reavivará
una religiosidad, o formas de espiritualidad equivalentes, que harán
que los viejos-viejos y sus cercanos signifiquen su relación como un
ejercicio de humanidad. Si algo equivalente no ocurre va a ser muy difícil
no dejar de relacionar la prolongación de la vida humana bajo una óptica
estrecha como catástrofe sanitaria y previsional.
Finalmente, destaquemos que la revolución silenciosa que implica el
sobreenvejecimiento de la población no tiene precedentes, algunas naciones
se adelantarán al proceso, pero no habrá mucho tiempo para las
que siguen logren aprender de ellas. La única certeza disponible es que
recién apenas estamos pensando en ello.
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