4 de noviembre de 2012

Del bullying a la depresión y suicidio en niños y adolescentes


Dr. Salvador Alonso Suárez del Real.

El término bullying viene del inglés “bully” que significa “matón” o “agresor” y fue descrito por el psicólogo Dan Olweos por primera vez en la década de los setenta. Se refiere al maltrato que se produce entre alumnos en el contexto escolar y tiene que ver con la intimidación, aislamiento, amenazas, insulto, o hasta agresión física en contra de una víctima o víctimas señaladas.
Aunque estas situaciones son muy comunes en las escuelas de todos los niveles, llegan a ser gravemente dañinas para quienes las sufren generalmente en silencio y soledad, y de las cuales difícilmente logran salir por sus propios medios.
Para que pueda hablarse de acoso escolar deben de cumplirse los siguientes supuestos: que la víctima se sienta intimidada y excluida, que perciba al agresor como más fuerte, que las agresiones sean físicas, emocionales, sexuales, económicas, o de mero vandalismo, que vayan en aumento y frecuentemente sean en un ámbito privado sin la presencia de adultos.
En estudios llevados a cabo en la Universidad Complutense en España, se ha encontrado que hasta un 6% de los alumnos españoles han vivido en carne propia el acoso escolar, el 90% son testigos de estas conductas en su ambiente y el 30% sólo ha participado en alguna ocasión ya sea como agresor o víctima. Además, hasta el 40% de pacientes psiquiátricos por cualquier padecimiento fueron víctimas de agresiones en su escuela.
Las diferentes formas de acoso pueden ir desde las más sutiles como bromas pesadas, apodos denigrantes, amenazas, tirar, romper, robar cosas, hasta golpes o el aislamiento total del grupo. Otras veces alguno abusa de su fuerza o de su simpatía haciéndose el gracioso pero atacando con burlas o con falsos rumores para desacreditar a la víctima y en éste se va creando la expectativa de poder ser blanco de nuevos ataques.
Nunca debemos subestimar el miedo que un niño o adolescente intimidado puede llegar a sentir en este desamparo, pues es frecuente que el personal de la escuela y aún los padres de familia traten de ver este fenómeno como algo representativo de los tiempos violentos que vivimos. Esto es falso, este fenómeno se ha producido siempre, pero actualmente existe mayor conciencia de la gravedad de las consecuencias que deja tanto en la víctima como en el agresor.
Para ser más eficientes en su detección debemos aprender a diagnosticar a víctimas y agresores por su perfil psicológico pero también por las secuelas cuando el patrón de conductas se va consolidando.
Y así encontramos que la víctima con frecuencia se muestra insegura, con baja autoestima que es causa y consecuencia del acoso, con altos niveles de ansiedad, sumisa, introvertida, tímida, con dificultades para relacionarse y con mucha frecuencia solitaria e inmadura para su edad.
Las consecuencias que el fenómeno del acoso escolar llevan consigo para la víctima son generalmente las más devastadoras y pueden ser, entre otras, las siguientes: fracaso y/o dificultades escolares, un nivel cada vez mayor de ansiedad sobre todo anticipatoria, fobias escolares, déficit de autoestima, trastornos depresivos que conducen al sujeto a un estado de desesperanza, aprende que no puede controlar los sucesos de su medio ambiente con sus respuestas por lo que deja de emitirlas.
Por esto mismo con frecuencia los padres y profesores son los últimos en enterarse de lo que les pasa a estos menores ya que la vergüenza de ser criticado por los adultos si se quejan o el miedo a la represalias los detiene
Por lo tanto, debemos estar al pendiente de las siguientes señales de alarma: cambios en el comportamiento del menor, tristeza, llantos o irritabilidad, pesadillas, cambios en el sueño y/o apetito, dolores somáticos, dolores de cabeza, estomago y vómitos.
Con frecuencia sus útiles se pierden o se rompen, o el menor aparece con golpes, moretones o rasguños y sólo menciona tener accidentes o caídas, evita salir a excursiones o viajes escolares, pide que lo acompañen a la entrada o salida de la escuela, o se niega y protesta para asistir a clases.
Todos estos cambios conductuales deben alertarnos sobre el riesgo del desarrollo de verdaderos trastornos depresivos. Hasta hace poco tiempo se pensaba que éstos sólo los padecían los adultos, o bien, que en los menores se presentaba rara vez, que eran de corta duración e inofensivas y que se superarían en forma espontánea.
Hoy la evidencia nos demuestra que un cuadro de este tipo sin un tratamiento apropiado puede marcar el desarrollo del carácter y cambiar la expectativa para el resto de la vida del individuo.
Aunque hasta el momento se sabe que la causa de este padecimiento es multifactorial, es decir, que diversos factores incrementan la probabilidad de desarrollar la depresión, debemos considerar que muchos de estos menores víctimas de acoso escolar llegan a los centros de estudio ya con una carga de situaciones estresantes como son la disfuncionalidad y violencia intrafamiliar.
Indudablemente la más dolorosa de las complicaciones de la depresión y el bullying es el suicidio, fenómeno que en los últimos años ha sido foco de atención y que se ha convertido en un problema de salud público en el grupo de niños y adolescentes. Los índices de mortalidad por esta causa se están incrementando paulatinamente.
A nivel nacional el 13% de las muertes violentas en niños de 10 a 14 años fueron por suicidios y el 12% en el grupo de 14 a 19 años. Sólo en el período de 1990 al año 2000 el aumento de suicidios en México entre el grupo de 5 a 14 años se incrementó 150% y en jóvenes de 15 a 24 años en 74%, representando el mayor aumento en comparación con 28 países estudiados.
Los comportamientos suicidas en niños y adolescentes pueden ser una forma de atraer la atención, una señal de alarma para pedir atención o comunicar una necesidad derivada de un deseo de venganza, culpa o soledad con una acentuada agresividad hacia el medio socio-familiar.
El sentimiento de desesperanza, de abandono y de incapacidad para afrontar una situación les hace sentir que los demás no perciben su necesidad. Cuando los intentos son repetidos, pueden desencadenar en quienes rodean al niño en vez de una disposición de ayuda, un efecto contrario de rechazo, acentuando el deterioro en las relaciones entre el menor y su familia.
Ante todo, los maestros y los padres son la clave para el cambio y para la prevención del bullying. Si podemos sensibilizar a los profesores sobre los efectos perjudiciales de los comportamientos de intimidación, las futuras generaciones de padres y menores serán a su vez sensibilizadas.

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