El día en que se dio cuenta de que no podría volver a mover los dedos de su mano derecha, Robert Schumann lloró largo y tendido. El músico alemán, que había tocado el piano desde niño e incluso había compuesto sus primeras obras con tan sólo siete años, admiraba la ejecución de los más renombrados concertistas de su época, como Paganini y Liszt, y deseaba, por encima de todo, convertirse en un virtuoso como ellos. Quizás por ese motivo se empeñó con tanto ahínco en perfeccionar su técnica de teclado que, al final, acabó truncando su carrera como concertista.
Tenía un talento innegable como pianista, pero consideraba que carecía de agilidad suficiente en los dedos, por lo que se hizo construir un teclado portátil que le permitiera ensayar continuamente. No obstante, aquel ejercicio intensivo no funcionó como él deseaba; entonces, ideó un aparato que colgaba de una polea del techo y al que se ligaba el anular y el meñique, y así se obligaba a ensayar durante horas y horas.
(Reportaje publicado en Historia y Vida)
Sin embargo, Schumann pronto se dio cuenta de que el método, lejos de funcionar, le estaba dañando la mano. Veía con asombro y desolación cómo sus dedos se obstinaban en desobededer sus órdenes y se agarrotaban y se contraían al tocar, sin que pudiera hacer nada para remediarlo, por lo que se forzaba aún más a practicar con las poleas. Lo que seguramente Schumann desconocía es que, por más que practicara, las limitaciones del cuerpo humano hacían imposible que sus dedos fueran completamente independientes unos de otros como él deseaba; y es que no existen músculos para cada una de las falanges y, además, entre los tendones hay un elevado número de interconexiones, que unen unas con otras. Por lo tanto, aquel método, lejos de funcionar, le dañó la mano para siempre y le impidió volver a tocar el piano.
Robert Schumann padecía una distonía focal, una enfermedad conocida popularmente como el “cáncer del músico” y que afecta a uno de cada 200 intérpretes, según datos del Instituto de Fisiología y Medicina del Arte-Terrassa. Se trata de un repentino y misterioso transtorno por el que el cerebro incorpora un error en un movimiento automatizado y bloquea la movilidad de una parte del cuerpo; en el caso de los pianistas, de los dedos de la mano. Así, puede que Schumann fuera incapaz de tocar una simple escala de notas ascendente al piano, pero, en cambio, pudiera ejecutarla a la perfección sobre una mesa o pudiera escribir sin problema. Y es que, aunque se desconocen las causas exactas que la provocan, se sabe que está relacionada con el trabajo intensivo e incluso con la obsesión por el instrumento.
Quizás fuera gracias esta enfermedad, que lo obligó a apartarse de su carrera como concertista, por lo que Schumann llegó a convertirse en uno de los compositores más importantes del siglo XIX. Y no es el único caso. La historia de la música está repleta de artistas que sufren problemas de salud derivados de su profesión; de hecho, el 75% se lesionan en alguna ocasión, según datos aportados por la Fundación Ciencia y Arte, y de esos, uno de cada tres deben abandonar su carrera, tal y como les ocurrió a Leon Fleischer y Gary Graffman, dos prestigiosos pianistas norteamericanos que, a mediados de la década de los 80, en las cúspides de sus carreras, se vieron apartados de los escenarios tras diagnosticarles, también, una distonía focal.
“Cuesta encontrar casos de artistas contemporáneos que admitan abiertamente que han tenido alguna lesión” , explica el doctor Jaume Llobet, al frente del Instituto de Fisiología y Medicina del Arte-Terrassa, uno de los escasos centros que existen en todo el mundo en el que diagnostican y tratan a pacientes que proceden de las artes escénicas, como músicos, bailarines o acróbatas. “Existe un tabú muy importante a la hora de asumir la lesión, a diferencia de los deportistas, porque se suele asociar a una mala técnica y, por tanto, la mayoría de intépretes trata de esconderla”, añade. La dolencia más frecuente es el sobreuso muscular. “Un pianista, si tiene que prepararse un concierto, puede pasarse hasta ocho o nueve horas ensayando; sus músculos pierden resistencia, por lo que suele sentirse cansado nada más comenzar a tocar. ¡Pero eso es totalmente normal! Lo mismo le pasaría a cualquier deportista si entrenara el mismo número de horas”, explica la fisioterapeuta Sílvia Fàbregas, también del Institut de Fisiologia i Medicina de l’Art, en Terrassa.
Demasiado exigentes
La mayoría de lesiones que padecen los artistas se producen porque sus cuerpos no están preparados para responder a tanta exigencia. El caso más evidente es el de los instrumentos de viento, como el clarinete o la trompeta; para tocarlos, el músico debe ejercer una presión prolongada equivalente a 20kg de peso contra los labios para producir, por ejemplo, un sonido aguo. No obstante, la musculatura orbicular labial apenas tienen unos pocos milímetros y es, además, muy delicada, por lo que en algunos casos puede acabar rompiéndose, como le sucedió al célebre Louis Amstrong. A este músico se le conocía con el sobrenombre de “Sachmo” en los clubes, de ahí que ahora esta lesión reciba el nombre de “síndrome de Sachmo”.
No es un caso aislado. De hecho, el 40% de los instrumentistas de viento padecen este tipo de problemas en los labios, su principal herramienta de trabajo. En el centro de Terrassa han desarrollado una máquina diseñada especialmente para este colectivo y que es capaz de medir la fuerza de los labios en los saxos. También trabajan con software propio para calcular la presión que cada músico debe ejercer sobre las teclas del piano a la hora de interpretar una partitura; conectan el instrumento al ordenador y analizan estadística y comparativamente la ejecución del pianista. Y es que, tal y como alerta Llobet, “muchas de las partituras clásicas que se interpretan hoy en día fueron escritas para instrumentos que no tienen nada que ver con los actuales, como es el caso de Bach y sus obras para clavicordio”. Este instrumento tenía teclas muy livianas, que apenas hacía falta rozar para que generaran sonido. El piano actual es muy diferente. Cada tecla pesa cerca de 600 gramos, de manera que el músico tiene que ejercer una mayor fuerza de presión para interpretar estas obras”. “En ocasiones, el artista no es consciente de que determinadas partituras suponen un riesgo para él”, opina Rosset.
Es el caso de Litz y Paganini, un pianista y un violinista que componían en función de sus características físicas; ambos padecían una enfermedad genética, la aracnodactilia, que hacía que tuvieran unos dedos larguísimos y muy elásticos. Ambos fueron dos virtuosos de su tiempo y están considerados de los mejores de todos los tiempos. Su técnica asombraba al público de la época, que llegó a pensar que existía algún tipo de influjo diabólico en él por sus adelantos musicales. De Niccolò Paganini se decía que en la mayoría de sus apuntes aparecía una nota extraña, la “nota 13” y que el músico italiano era capaz de interpretar obras de gran dificultad únicamente con una de las cuatro cuerdas del violín, retirando las tres primeras. Y aunque la creencia popular era que la extraordinaria longitud de sus dedos –¡sus manos medían 45cm!- se debía a las horas dedicadas a la práctica del violín, lo más probable es que padeciera el síndrome de Marfan, una enfermedad del tejido conectivo que se caracteriza por un aumento inusual de la longitud de los miembros. De ahí que pudiera tocar tres octavas sin esfuerzo. “Con una mano normal, si quieres interpretar al violín a Paganini o al piano a Litz, debes realizar un esfuerzo inmenso que a menudo acaba en lesión”, considera Llobet, especialista en medicina del arte- Otro ejemplo es Rachmaninoff, que medía casi dos metros y llegaba a tocar en el piano hasta 12 notas con una mano, lo que supone unos 30 cm, algo difícil para una mano normal.
Los otros males
Existen otras lesiones mucho más raras y peculiares como la denominada ‘cuello del violinista’, un quiste sebáceo que se forma debido a la fricción repetida del instrumento en la piel y que se suele infectar. O la alergia que desarrollan muchos de ellos a causa del contacto con la brea o resina que utilizan para tocar las cuerdas de sus instrumentos. También padecen de afecciones a causa del contacto continuo del violín o la viola entre el mentón y la mandíbula. O el ‘pezón del guitarrista’, en la que se produce una irritación del pezón del artista a causa del roce continuo del canto de la guitarra.
Buena parte los percusionistas pierden oído por una exposición constante a instrumentos como los platillos y las campanas tubulares. Y los timbalistas acaban desarrollando una neurosis a causa del efecto de las ondas sonoras contra el cráneo y la cara. Los trompetistas y otros tañedores de instrumentos metálicos corren el peligro de padecer glaucoma, además de sordera. Y es que la mayoría de instrumentistas que tocan en las orquestas sinfónicas y filarmónicas en el escenario producen y han de soportar el estruendo de sus ejecuciones, que puede alcanzar los 130 decibelios, el mismo volumen de sonido que produce un avión de propulsión al despegar. Y eso sin contar con los problemas de columna que tienen la mayoría de músicos debido a una mala posición reiterada del cuerpo.
Reprogramar el cerebro
El origen de la distonía focal podría encontrarse en los pliegues del cerebro. El movimiento de las manos se controla desde la corteza cerebral y, tras muchos años de entrenamiento, las escalas, las notas, determinadas partituras han quedado grabados en esa región cerebral como conexiones neuronales fijas. Por qué un buen día un dedo comienza a moverse de forma diferente, sigue siendo un misterio, sobre todo porque la mano es capaz de seguir realizando todos los demás movimientos, como escribir, coser un botón, sin dificultad. Por este motivo, durante mucho tiempo se consideró que la distonía focal estaba relacionada con transtornos psiquiátricos. Lo único que la ciencia sabe por el momento es que la región que controla la capacidad sensorial de los dedos de los músicos presenta alteraciones y si lo normal es que el movimiento de cada dedo disponga de una región propia, en la enfermedad del músico parecen haberse fundido unas con otras.
Durante mucho tiempo, se han aplicado diferentes técnicas para intentar paliar esta insubordinación de determinadas partes el cuerpo aunque sin demasiado éxito; desde los masajes fisioterapéuticos y la acupuntura hasta la inyección de diversos fármacos. No obstante, desde hace una década investigadores de la Universidad de Konstanz, en Alemania, y del Instituto de Fisiología y Medicina del Arte-Terrassa, buscan nuevas alternativas y han hallado que es posible reprogramar el cerebro distónico, volver a entrenar la mano y revertir el proceso. El cerebro debe aprender a olvidar patrones de movimiento erróneos y a reemplazarlos por otros nuevos. Para ello, diseñaron programas de trabajo en los que hacían practicar a los músicos limitando intencionadamente el trabajo de algunos dedos. De esta manera, los músicos debían formatear el disco duro en el que tenían almacenados todos los procesos de interpretación que se ‘colgaban’ al tocar, e incorporar otros patrones nuevos.
La Medicina del Arte
La medicina del arte es un concepto bastante reciente. De hecho, en todo el mundo existen escasos centros especiazalidos en este tipo de lesiones. El Instituto de Fisiología y Medicina del Arte-Terrassa es uno de ellos; en él diagnostican y tratan a músicos, bailarines, artistas de circo e incluso a colectivos que no tienen que ver con el arte pero que no encuentran solución a sus problemas en la medicina tradicional, como es el caso de los diseñadores gráficos, que acaban con problemas de muñeca debido al uso intensivo del ratón del ordenador. Vinculado a este Instituto se creó la Fundación Ciencia y Arte, una entidad sin ánimo de lucro que tiene como objetivo la investigación y la dilvulgación de estas lesiones.
A parte del barcelonés, tan sólo en Nueva York, Alemania, y desde hace algún tiempo en Japón hay institutos similares, en los que médicos, fisioterapeutas y pedagogos musicales tratan no sólo a músicos, sino también a cantantes, actores, bailarines y artistas en general. Y es que la música provoca placer pero también puede causar dolor y enfermedad.
Fuente: Sáez, C. "El día que Schumann lloró" http://cristinasaez.wordpress.com/2008/12/22/el-dia-que-schuman-lloro/ , consultado el 16 de enero de 2009
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