Sociedad represora
Tal como publicó la revista Milenio, la sociedad de aquel entonces no perdonaba la homosexualidad, el uso de anticonceptivos o la liberación sexual femenina. Las mujeres que eran abusadas podían, en el mejor de los casos, ser compensadas cuando su agresor se casaba con ellas. Las conclusiones generales al respecto señalaban el abuso sexual como la respuesta "natural" del hombre ante el "coqueteo" y la "provocación" de una mujer.
La sociedad de ese 1968, caracterizada por la burla, la represión y el morbo ante las desgracias ajenas, fue sacudida en octubre por un cobarde hecho perpetrado desde las altas esferas del estado mexicano, en contra de un número aún desconocido de estudiantes, y al que parece que la justicia no alcanzó.
Un pleito entre colegiales de dos escuelas en el Distrito Federal, fuertemente reprimido, puso de manifiesto que el estado, más allá de señalar o sancionar, estaba dispuesto a matar con tal de mantener el pretendido orden social que los jóvenes reaccionarios ponían en peligro.
"Hippies melenudos, minifaldas, drogas, comunismo, rock and roll y la maldita píldora anticonceptiva", citó Milenio, eran una nueva realidad en la juventud del México del 68 que las autoridades querían “alinear” a toda costa.
El origen del conflicto
Luego de la pelea atajada por las fuerzas armadas, a principios de julio de aquel año, las movilizaciones estudiantiles continuaron. Algunas, para protestar contra la fuerte represión policial en la pelea. Unas más para celebrar la fecha simbólica de la revolución cubana. La segunda, una vez más, fue intervenida por fuerzas "del orden".
A partir de este momento, las confrontaciones fueron frecuentes durante los meses de julio, agosto, septiembre y el fatídico octubre.
Los jóvenes del 68
Víctor, hoy de 58 años, estudiaba en la preparatoria de San Ildefonso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cuando se gestó el movimiento, aseguró en una charla con Univision.com. "En la escuela comenzaron los rumores sobre supuestos problemas de estudiantes con la policía, pero sólo eran eso: rumores. Un día, en medio de una junta ¡Chin!, se escuchó un estruendo duro, duro, durísimo. ¡No salgan!, nos empezaron a decir. Todos los estudiantes corrían".
Víctor se refiere al bazucazo de que fue víctima su escuela. El portón del colegio fue destruido por un ataque de las autoridades, dejando como resultado varios heridos. "Así constatamos que los rumores eran ciertos", relató.
"Aquella vez pudimos salir de la escuela como a las nueve de la noche –continuó Víctor-- . Pensamos que ya no había nadie pero de algún lugar nos empezaron a disparar. Ese día pude ver varios cuerpos tirados sobre la banqueta. Entonces nos dimos cuenta que se vivía un auténtico estado de sitio en contra de los estudiantes".
Armando, de 58 años, coincidió con Víctor en la forma en que eran vistos los educandos. "Yo trabajaba por las mañanas y estudiaba la preparatoria por las tardes. Un día manejando, un policía me detuvo. Durante el tiempo que intercambiamos palabras, supo o intuyó que yo era estudiante, y me dijo 'por los pinches estudiantes he pasado muchas noches sin dormir, por culpa de ustedes'".
Para esas alturas del conflicto, los jóvenes eran señalados como los responsables de poner en peligro la estabilidad de la sociedad, eran vistos como los provocadores por manifestar su interés en el cambio y el valor de defenderlo. La sociedad, quizá hasta antes del 2 de octubre, vivía sumida en una normalidad que le acomodaba.
'Una angustia diaria'
El ataque con bazuca fue el detonante para que Víctor y un grupo de compañeros se uniera a las movilizaciones. “Teníamos mucho miedo de parecer estudiantes, pero pues por más que quisiéramos disimularlo, nuestra condición era obvia. Ya comenzaban a suspenderse las clases, y nosotros, bajo el pretexto de que no queríamos perder el curso, nos reuníamos para organizarnos”.
"“En esas reuniones, inicialmente queríamos saber qué había pasado con los compañeros. Nunca más supimos qué pasó con muchos de ellos. Así empezamos a vivir con la angustia diaria", recordó Víctor con un claro gesto de tristeza.
Eventos de terror
Las movilizaciones comenzaban a intensificarse, aunque muchos de los preparatorianos sentían mucho miedo. "No queríamos ser muy vistos, nos daba temor porque sabíamos ya de las respuestas de las autoridades. 'La cosa está caliente con los policías y los militares', decíamos".
Los manifestantes eran cada vez más. Como muestra de su organización, elaboraron un pliego petitorio, que entre otras cosas, contemplaba que se deslindaran responsabilidades sobre los hechos represivos de que habían sido objeto, la desaparición del cuerpo de granaderos y todos los grupos represivos, así como la indemnización a familiares de muertos y a heridos.
Víctor no tiene conocimiento de un número exacto de atentados de la policía en contra de los jóvenes, y mucho menos de un número de muertos. "Lo que sí te puedo asegurar es que la masacre del 2 de octubre no fue la única ni la primera".
'Como perros'
A finales del mes de agosto, una manifestación en el Zócalo en la que participaron unas 300 mil personas, fue desalojada por la fuerza por el ejército. Esto tuvo consecuencias fatales.
"No dejaban a nadie acercarse a C.U. (Ciudad Universitaria, la mayor sede de la UNAM), ni al Casco de Santo Tomás (instalaciones del Instituto Politécnico Nacional", reveló Armando a Univision.com.
Efectivamente, el ejército había tomado sendas instalaciones de manera violenta, lo que a decir de los testigos también arrojó un importante número de decesos y heridos, a sumar en una cifra ya existente.
"Entrábamos a las manifestaciones juntos y no sabíamos si íbamos a salir. Si es que llegaba a salvarme, pues ya la hice. Ellos (militares y policías) disparaban a quema ropa, sin el menor miramiento contra los estudiantes. Masacraban al que se movía. Los cuerpos de los chavos los lanzaban adentro de las julias (camionetas hechas patrullas) como si fueran perros".
2 de octubre
El tiempo seguía avanzando. Víctor confesó que no tiene ya memoria precisa de fechas y de nombres. Sin embargo, esto relató para Univision.com sobre la noche de Tlatelolco. "A la movilización del dos de octubre sí íbamos a ir, ¿cómo no? Entonces, me llamó una compañera que se llamaba Norma, cuyos apellidos no recuerdo. Me dijo '¡No vayas a ir, por favor Víctor, no vayas a ir! ¡Va a ser una trampa!'".
Él no sabe cómo se enteró Norma. "Efectivamente, no fui. A los que pude les avisé lo más pronto que me fue posible, pero no todos tenían teléfono. Y pues ahí fue". Víctor hace una pausa y respira profundo "muchos no se salvaron".
Para él, esa historia significó jamás volver a la escuela. A partir de ese momento se dedicó al comercio y buscaba no parecer un estudiante nunca más. Al paso de algunos años, recibió una llamada de la UNAM donde le invitaban a ir a C.U., para saber de su situación escolar.
"Me localizaron, no sé cómo. Cuando llegué a C.U. me enteré que la Universidad me boletinó", lo cual impedía de por vida su regreso.
Prensa cómplice
Sin embargo, la prensa no publicaba lo que sucedía. Ni siquiera los hechos del 2 de octubre.
"La gente sabía que estaban matando a muchos estudiantes, incluso dentro de las escuelas empezaron a informarse, pero la prensa no decía nada. Los medios no decían más de lo que el gobierno les permitía", aseguró Armando, quien reveló que sus padres advirtieron tajantemente a él y sus hermanos que no fueran a ninguna de las movilizaciones.
"Hoy hay ya un poco más de información al respecto. Tardaron años en decirse abiertamente cosas que muchos ya sabíamos. Sin embargo, la crudeza de las películas no ha logrado acercarse siquiera a la realidad. Quién sabe a cuántos llegue el número de muertos y desaparecidos", concluyó Armando.
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