Camagüey, 10 may. Cuando mi pequeño Pedro Alejandro terminó el sexto grado, su maestra me pidió que escribiera un saludo a todos los niños que, como él, concluían la enseñanza primaria.
El texto que sigue fue el fruto de mi emoción, y no dudo que igual podría serlo de todas las madres cubanas en su Día. Se los dedico, con el más tierno de mis besos, por su infinita entrega y su ejemplo.
Camagüey, 20 de junio del 2007
“Año 49 de la Revolución”.
Mi niño querido:
Cada ser humano, desde el instante mismo en que nace, empieza a escribir un libro, único e irrepetible, y cada una de sus páginas se corresponde con los pasos de esa persona por la vida. De tal suerte, siempre que terminamos algo que empezamos parece como si volteáramos esa página escrita y comenzáramos entonces a escribir la siguiente.
Acabas de voltear la página de tu libro de vida dedicada a la Primaria, y ya escribes la de la Secundaria Básica. En esa suerte de almacén del cariño estarán perpetuamente tus maestras, desde primero a sexto, que han sido tus guías durante todos estos años; las personas con quienes más tiempo pasaste, mientras mamá trabajaba; las que te han dotado de las primeras herramientas para enfrentarte al mundo, no sólo las del conocimiento de las letras y de los números, sino las de su constancia y su ejemplo, el ser útiles a los demás, a saber, la fuente de la verdadera felicidad humana.
Pasarán los años y su recuerdo siempre te acompañará; al verlas, estarás feliz. El cariño que sientes por tantas almas buenas que te han educado, crece contigo, porque el paso de los años nos enseña a aquilatar las acciones de nuestros semejantes en lo que realmente valen. Acaso cuando seas un papá alcanzarás a entender cuanto te escribo hoy bajo la impronta de mi orgullo y mi alegría.
Igual de perdurable en nuestros recuerdos está tu primer llanto. Desde ese día hemos escrito juntos muchas hojas de amor y ternura: tus primeros pasitos, el primer cumpleaños, el primer adiós cuando iniciaste el círculo infantil —¿quién lloraba más, tú adentro o yo afuera?
Ahí están escritas también la primera separación prolongada aquel fin de semana de campamento que nos resultó interminable a nosotros e inolvidable a ti; el susto de tu primer examen —¿quién examinaba, tú o yo?—, las largas noches de insomnios y angustias por tu fiebre o tu tos, o tu garganta, o tu estómago; los viajes a la playa o al campo, los sudores gustosos cuando bailamos en las fiestas familiares o entre amigos. ¡Cuánta vida compartida, hijo! Vivencias que nos han unido y enseñado, porque a vivir también se aprende. ¡Ya conversaremos de cuánto hemos aprendido de nuestras peleas y errores!
Me gustan mis errores —expresó cierta vez Charles Chaplin, ese hombre extraordinario que fue actor y director de cine. Y es que el error, bien entendido, nos permite descubrir dónde están las lagunas en nuestra personalidad, hacerlas conscientes y trabajar laboriosamente por llenarlas de buenos propósitos y afanes. De esos propósitos y afanes llenarás ahora esta nueva etapa de tu breve existencia, que se abre con el fin de la enseñanza primaria. Así crecerás, y serás mejor persona.
Sería útil que en los ratos de ocio pensaras mucho en esas lagunillas que te impiden ser el pionero entero y feliz que sueñas. Y en la Secundaria empezar a escribir esa otra página del libro de tu vida observando cómo va el llenado de esos espacios de insatisfacciones. Cada ser humano debiera hacerlo, y sin dudas seríamos una sociedad más feliz.
Te adentras en un período difícil, y por tanto hermoso, de tu desarrollo humano y emocional. Se llama adolescencia. En ella ocurren cambios perceptibles en tu cuerpo y en tu mente, y has de saber cuáles son para que no te sorprendan y los asumas de manera natural e inteligente, sin prejuicios que coartan la felicidad y la plenitud. Te asaltarán constantemente las dudas. Pregunta. Sin pena ni temor. Conversa conmigo, con tu papá o con tu maestra. No pongas oídos a consejos callejeros que no ayudan, porque muchas veces se fundan en la ignorancia o en la mala fe.
Tienes, hijo, el privilegio de vivir en una sociedad que, aún imperfecta, apuesta por lo mejor del ser humano.
José Martí nos enseñó que los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y construyen, y los que odian y destruyen. Te invito a sumarnos al bando de los primeros. Para ello, debes estudiar siempre, superarte constantemente, porque más ama quien más sabe.
Si en alguna encrucijada de la vida tuvieras alguna duda de dónde están tu lugar y tu deber, inspírate en Fidel. Él encarna los mejores valores humanos: ama a los demás hombres como a sí mismo, y ama sin límites a Cuba, la Patria que le vio nacer. A ella ha supeditado cada acto de su existencia, y lo hará por siempre, porque cuando nos falte físicamente, ahí estarán su ejemplo y su virtud. Martí vive en él. Y si necesitaras acaso más inspiración, aquí cerca de nuestros corazones, aunque lejos en la distancia, están René, Fernando, Gerardo, Antonio y Ramón, esos Cinco cubanos que por tus sueños más nobles; que por los sueños del pueblo al que te debes, entregan su juventud y su vida tras las rejas de sus injustas e injustificables prisiones.
Que cuando seas un papá o un abuelito, y quieras leerles a tus hijos y a tus nietos el libro de tus actos, tengas muchas páginas —ojalá que sean todas— por las que sentirte orgulloso de ti mismo, que es la manera más honda de alimentar el amor por los demás.
Sé feliz, hijo. Cuenta conmigo para ello.
Te adora,
Tu mamá.
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