la pareja de la madre no tiene permitido entrar o sólo puede hacerlo
después de que le hayan administrado la epidural y de que todo el
mundo esté en sus puestos. Esto significa que mientras los médicos
y enfermeros pululan por allí, preparando la sala de operaciones para
el parto (quizá hablando de la comida o de la película que vieron el fin
de semana), una mujer embarazada espera en una mesa de operaciones
pensando en lo que tiene por delante, a menudo asustada y a menudo
sintiéndose muy sola.
por su bebé. Primero la inunda el miedo… y luego lo aleja de sí. Sabe
que en ese momento, eso es lo mejor para su hijo, aunque lo mejor
signifique una cirugía, con heridas y cicatrices de verdad. Aunque lo mejor
signifique apartar un sueño o una visión que llevaba nueve meses construyendo
en su cabeza.
dura realidad de esos momentos. Ponte en su lugar, en esa mesa,
esperando, probablemente aterrorizada. Cuando lo hagas, creo que
te darás cuenta rápidamente de lo valientes que son las madres.
que se imaginaron al pensar en el parto. Las cesáreas son una necesidad
médica en la mejor de las situaciones; en el peor de los casos, puede ser
por una práctica anticuada del doctor o por su interés.
Algunas madres tienen semanas para mentalizarse de un cambio en sus
planes, pero muchas sólo tienen días, horas o incluso minutos. De repente,
todo lo que se imaginaban cambia. Sus planes de parto se han ido al garete.
Les espera una cirugía. No saben cuánto tendrán que esperar hasta poder
sostener al bebé en sus brazos.
Los seres humanos no solemos tolerar bien las situaciones de cambio repentino.
Y aun así, las madres encuentran el modo de dejar su orgullo y conectar con
una fuerza interna que les permite aceptar la alternativa y dar a luz a su hijo.
Pero luego viene la operación en sí. Los cortes y las suturas. A veces tienen que
pasar meses para que la madre se recupere por completo. Y aunque tras pasar
por el quirófano a todo el mundo le gustaría tumbarse con una gran tarrina de
helado y ponerse a ver películas como si no hubiera mañana, las madres hacen
justamente lo contrario. Tienen que dar el pecho, criar, querer a sus preciosos
bebés, que necesitan el vínculo con su madre.
Tanto física como emocionalmente, estas mujeres son MUY fuertes. Además, su
fuerza no sólo se observa en el parto; su fortaleza tiene que durar semanas
y meses y años, mientras se les cura el cuerpo y el alma, y conciben nuevos
sueños con sus pequeños en brazos.
Ser madre deja muchas cicatrices. Algunas son psicológicas y otras físicas. Las
madres que han pasado por una cesárea suelen tener ambas. Pero sus cicatrices
son recuerdos potentes de la fuerza y la valentía que mostraron cuando trajeron
a su hijo al mundo. Estas cicatrices son la puerta por la que pasaron sus hijos
cuando dejaron un mundo para entrar en el siguiente.
Me cautiva lo diferente que es cada cicatriz: la textura, la longitud, el lugar.
Precisamente como cada cicatriz es única, así es cada historia de cada madre.
Me apasiona la forma en que las cicatrices cambian con el tiempo: cómo se
difuminan, cómo crecen, cómo se curan. Estas cicatrices son bellas, son
motivo de alegría. En vez de esconderlas con vergüenza, hay que animar a
las madres a enseñar al mundo sus cicatrices de fuerza y coraje.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario