El umbral del cambio
La esperanza de vida aumenta cada año, tal y como asegura la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG): en 2003 vivían en España 1.756.844 personas mayores de 80 años, que pasaron en 2005 a 1.903.756 personas. De ellas, casi la mitad (47,4%) de quienes tienen entre 80 y 84 años padecen alguna discapacidad y, a partir de los 85 años, las discapacidades son una realidad en el 63,6% de la población, tal y como refleja el informe ‘La salud de los españoles’, publicado por el Instituto Nacional de estadística (INE).
Para la geriatra y presidenta de la Asociación Voluntariado en Geriatría, Pilar Mesa Lampre, los 80 años representan “el umbral de cambio”. Si bien no hace mucho se marcaba ese umbral en los 65 años, con la llegada de la jubilación, ahora se puede hablar- según Mesa Lampre- de una denominada cuarta edad, que es cuando realmente empieza el envejecimiento. “Las personas de 65, 70, incluso 75 años, están bastante bien conservadas. Es a partir de los 75 u 80 años cuando se nota este bajón y los cambios generados por el envejecimiento, que van deteriorando todas las estructuras corporales, los órganos o la capacidad psíquica. También hay alteración en los huesos, en los músculos, en todas las capacidades en general, y las personas están más torpes físicamente”, explica.
A los 80 años comienzan a acumularse las patologías degenerativas, enfermedades que antes se distribuían en el tiempo y que ahora, gracias a la medicina preventiva, se retrasan hasta esa edad. Es entonces cuando las personas mayores experimentan diversas dolencias a la vez y, en un momento determinado, -describe la geriatra- la persona sufre un bajón notable. “Los mayores de 75 años son los portadores del 98% de las enfermedades crónicas,
por ello son los principales consumidores de pruebas diagnósticas, medicamentos y otros productos sanitarios, como camas de hospital o estancias en urgencias. Siendo menos del 15% del total de la población española, determinan casi la mitad del gasto sanitario total. No obstante, hay que tener en cuenta que nos encontramos con personas mayores de 75 u 80 años que apenas tienen necesidades sociosanitarias, mientras que hay otras que precisan de muchas atenciones”, aclara Antonio Burgueño, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. Concretamente, entre las dolencias más frecuentes los mayores son la diana de las enfermedades crónicas y la demencia, especialmente, la provocada por la enfermedad de Alzheimer:
Enfermedades crónicas
El bajo nivel de defensas que tienen las personas mayores dificulta la posibilidad de superar una enfermedad, de ahí que ésta tienda a cronificarse en los ancianos. Además, cuando la persona vive sola y tiene problemas de movilidad, puede ocurrir que tarde en acudir al médico, quien detectará la enfermedad cuando ésta probablemente haya empeorado. El informe ‘La salud de los españoles’ recoge que, mientras que a principios del siglo XX las enfermedades infecciosas eran predominantes, en la actualidad la mortalidad se relaciona, en primer lugar, con enfermedades del aparato circulatorio, seguidas de los tumores y las enfermedades del aparato respiratorio como segunda y tercera causas de muerte, respectivamente.
Enfermedad de Alzheimer
El 70%-80% de las demencias detectadas en las personas de edad avanzada están relacionadas con la enfermedad de Alzheimer.
Es la demencia más frecuente, que afecta a entre un 5% y un 10% de los mayores de 65 años, y de un 20% a un 30% de los mayores de 80 años. Se calcula, según Burgueño, que el coste medio anual por familia para afrontar esta enfermedad es de 15.000 euros y que en España existen más de 500.000 casos diagnosticados. Esta demencia, como el resto, se define en términos médicos como “una disminución de la capacidad intelectual en comparación con el nivel previo de función”. Lo habitual es que esta disminución vaya acompañada de cambios psicológicos y de comportamiento. También el lenguaje y la capacidad de reconocimiento se ven resentidas por estas enfermedades, que se traducen para el paciente en una pérdida de la vida autónoma y la necesidad de una ayuda constante de otras personas.
“Existen más de setenta causas y enfermedades diversas que pueden hacer que una persona presente una demencia. Algunas de las causas son curables, aunque desgraciadamente son las menos frecuentes. Otras pueden tratarse para mejorar su evolución y aliviar sus síntomas”, recoge el libro ‘Enfermedad de Alzheimer. Del diagnóstico a la terapia: conceptos y hechos’, del autor J. Peña-Casanova.
Cuidados específicos
Las necesidades de los mayores requieren unos cuidados específicos. Para la presidenta de la Asociación Voluntariado en Geriatría, tanto familiares como cuidadores profesionales deben estar suficientemente formados para atender a los mayores ante el declive de su capacidad funcional. “Si esto no ocurre puede ser que el mayor se haga dependiente y, lo más peligroso, que no sea capaz de hacer sus propias actividades de la vida diaria, que no pueda cuidarse a sí mismo y que necesite ser institucionalizado en un centro”, indica. En este sentido, el secretario general de la SEGG, Javier Gómez Pavón, advierte de que la dependencia para hacer una actividad es una enfermedad, por lo que hay que buscar la causa de esa dependencia, para lo que se precisan especialistas en geriatría. “Muchas veces, detrás de una discapacidad se esconden síndromes geriátricos no adecuadamente tratados, como son la depresión o el comienzo de una demencia no valorada a tiempo. Por eso, igual que un pediatra es especialista en el tratamiento de los niños, el geriatra debe ser el médico especialista en personas mayores”, reclama.
A partir de los 80 años el planteamiento sociosanitario es diferente. “El objetivo no es tanto alargar la vida como mejorar las funciones propias del cuerpo humano, es decir, que la persona mayor siga siendo independiente”, explica Gómez Pavón, quien coincide con Antonio Burgueño en que los cuidados de las personas mayores deben abarcarse desde distintos ámbitos:
* Cuidados para la dependencia, interdisciplinarios: de trabajo social, enfermería, médicos, y de rehabilitación.
* Soporte social, que palie el aislamiento al que están muchos abocados.
* Ayudas técnicas, frente a un posible déficit sensorial, de audición y de visión.
* Ayuda para cocinar de forma variada y apetecible, porque muchos presentan malnutrición y requieren de dietas más equilibradas.
* Soporte afectivo y, en ocasiones, tratamiento antidepresivo.
* Protección, frente a malos tratos y abusos.
“Una persona mayor de 80 años necesita un abordaje integral geriátrico, en todos los aspectos. Sin embargo, en España el número de unidades de geriatría todavía es insuficiente. Paliar ese déficit es una demanda muy antigua y más un clamor popular que una reivindicación exclusivamente médica”, reflexiona Gómez Pavón. Precisamente, un estudio de la SEGG sobre los recursos geriátricos en los hospitales generales españoles reconoce que mientras que el colectivo de las personas mayores de 80 años ha crecido en este periodo un 8,3%, los recursos asistenciales sólo se han incrementado en un 4% o, lo que es lo mismo, “que sólo el 36% de los centros sanitarios públicos dispone de recursos específicos para el paciente mayor”.
“Nos vamos adaptando, hace unos años hablar de un centro de día era hablar de ciencia ficción y hoy es algo habitual, aunque queda mucho por hacer”, añade Mesa Lampre. “La población misma tiene que tener una formación que le permita envejecer de forma exitosa, una enseñanza previa de lo que hay que hacer para cuidarse y de que es importante relacionarse con los demás, estar activo y tomar medidas de precaución, como no tener hábitos tóxicos o hacer ejercicio. De esta manera, se va a envejecer mejor y con más salud”, asevera.
Envejecimiento activo
Antes de que aparezca la discapacidad, es muy importante que las personas mayores cambien su conducta y realicen actividades de prevención. Principalmente, el ejercicio diario ayuda a disminuir la dependencia, así como la pérdida de masa muscular, y es muy beneficioso para evitar alteraciones cardíacas y reducir las consecuencias de la demencia, puesto que mejora la circulación sanguínea del cerebro. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define el envejecimiento activo como “el proceso por el que se optimizan las oportunidades de bienestar físico, social y mental durante toda la vida, con el objetivo de ampliar la esperanza de vida saludable, la productividad y la calidad de vida en la vejez”.
La actividad física debe estar siempre aconsejada y dirigida por un facultativo, ya que depende de las características y enfermedades que pueda tener cada persona. No obstante, caminar de manera regular mejora la tensión arterial, aumenta el colesterol bueno, ayuda a perder peso y, en definitiva, mejora la calidad de vida.
A través del ejercicio, el anciano puede aumentar la sensación de seguridad en sí mismo y evitar también el riesgo de caídas y rotura de cadera, puesto que fortalece los huesos. Además, favorece la movilidad, dota de una mayor autonomía y, asegura Gómez Pavón, “integra en la familia”. “Las personas deben envejecer de una manera dinámica y con el apoyo de la familia, que debe ayudarles a que se sientan útiles. Un anciano activo, por ejemplo, puede ayudar en el cuidado de los nietos, sin que sea una obligación y sin que sea un ‘esclavo’ de esa familia”, admite.
Por último, el envejecimiento activo cuenta con otro punto de inflexión: el ejercicio cognitivo o mental. Este tipo de actividad previene enfermedades como el Alzheimer u otras discapacidades y, según el secretario de la SEGG, incluso el ingreso en una residencia. “El principal ejercicio mental es que la persona haga una vida normal: que vaya a la compra, se relacione con amigos o participe en juegos que ejercitan la memoria de fijación, como las cartas, el ajedrez, el bingo, el parchís o las sopas de letras”, concluye.
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