Somos lo que pensamos y creemos en lo que pensamos; y si los pensamientos egocéntricos nos dominan pueden darnos una apreciación de la realidad ficticia, centrada sólo en nosotros mismos, sin dejar espacio para el otro y llenarnos de frustración e infelicidad.
A veces creemos ser demasiado generosos y las actitudes no esperadas de los demás nos hacen arrepentirnos de esa generosidad, sin darnos cuenta que también nosotros actuamos sin saberlo impulsados por motivos egoístas.
Una madre que ayuda a su hijos con la crianza de sus nietos se puede llegar a sentir en algún momento que está dando demasiado y recibiendo poco, sin embargo jo puede darse cuenta que cuidar a los nietos es lo que ha elegido, tal vez por motivos egoístas, para no sentirse sola, para justificar sus horas, para tener algo que hacer, para sentir que la necesitan o porque no se anima a hacer otra cosa.
En última instancia es lo que ha elegido para su propio beneficio; sin embargo, aún así, puede que se sienta infeliz con su propia decisión, atada, sin ser dueña de su vida, insatisfecha y amargada, más aún cuando advierte que los chicos crecen y lejos de necesitarla prefieren estar solos o con sus amigos, en lugar de buscarla a ella que les ha dado todo.
La creencia forma patrones en nuestro cerebro que son difíciles de cambiar. Podemos creer que nos necesitan, que somos insustituibles, que basta con dar para exigir, que somos muy importantes para los que queremos; sin pensar que cada uno tiene que lidiar con sus propias vidas y sus propios fantasmas y no puede estar pensando en agradecer por los servicios prestados.
La infelicidad es un estado de desequilibrio que tendemos a atribuir a causas externas pero que siempre tiene que ver con nosotros mismos y con nuestra forma de vivir las experiencias.
Nuestras creencias nos convencen `e cómo deben ser los vínculos y de todo lo que podemos esperar de los otros, pero para poder salir de nosotros mismos y darnos al otro con sinceridad tenemos que tener paz interior, dejarnos llevar, y entregarnos sin esperar nada.
Cuando no se puede renunciar a patrones cerebrales erróneos, el panorama de la realidad se vuelve oscuro y frustrante, porque la realidad no responde a las expectativas sino por el contrario parece exigir esfuerzos y no garantizar resultados.
Algunos prefieren pensar que es culpa del destino o la mala suerte lo que les impide ser felices; como si los acontecimientos los sorprendieran a ellos solos. Sin embargo todos tienen que transitar por las mismas experiencias de pérdidas, de abandonos, de soledad, de frustración y de dolor; pero también todos los días vuelve a salir el sol, nace un niño, un enfermo se cura, alguien nos ama, y podemos sentirnosd gratificados con nuestro trabajo y trascender los avatares que nos aquejan sintiéndonos en paz con nosotros mismos.
El que no espera demasiado puede disfrutar de lo que recibe, no sólo darlo por hecho porque cree que se lo merece y porque es mejor que el resto, sino porque no tiene ninguna expectativa, ningún apego; porque la satisfacción de sus deseos no es una condición que puede afectar su estado de ánimo.
La gente se parece más de lo que uno se pueda imaginar; porque a todos la vida los enfrenta a situaciones similares, temen equivocarse, persiguen la felicidad a toda costa, evitan lo que les causa tristeza; y desean desesperadamente ser diferentes, destacarse y que sean reconocidos sus esfuerzos.
Sin embargo, el mejor reconocimiento posible viene de adentro, no de afuera, cuando uno se siente bien consigo mismo; porque recién en ese momento todo lo demás también cambia y parece bueno y perfecto.
La vida es complicada y puede provocar frustración día a día, porque se tienen demasiadas expectativas y porque podemos obsesionarnos con el cumplimiento de los objetivos; y cuando éstos no se cumplen como lo habíamos planeado, en lugar de enfrentar la frustración como un nuevo desafío, preferimos sentirnos infalices y amargados.
La felicidad no es una quimera, se puede hacer realidad cuando uno menos la espera.
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