Es continuo el goteo de casos de malos tratos con resultado de lesiones y secuelas o muerte.
Una vez más, este año, el número de víctimas no ha dejado de aumentar como nos han ido informando los medios de comunicación más o menos puntualmente. Y es “perverso” que estos mismos medios cuando tratan estos sucesos, empleen términos como el de que “se trataba de un hombre normal” como si este fenómeno estuviera solamente acotado a hombres “singulares” y excepcionalmente al resto.
Teniendo en cuenta que los mass media tienen un incontestable rol como creadores de opinión y vehiculizadores de estereotipos y códigos en el imaginario colectivo, lo de “hombre normal” remite a la idea de que la violencia de género se da en “otro” tipo de hombres y que tiene un perfil muy específico y restringido, delimitado a personalidades provenientes de medios desfavorecidos, desestructurados, de baja formación o con algún tipo de adicción.
En definitiva, se nos presenta como actos sin ningún tipo de carga ideológica refrendada socialmente de manera explícita o tácita. Lo cual es absolutamente poco riguroso.
Evidentemente resulta más “útil” focalizar el problema en sus efectos que cuestionar el sistema que lo engendra y lo alimenta.
Es preciso subrayar una vez más que la violencia de género alcanza a todos los status y que, particularidades aparte, se nutre de la idea común de que la mujer es hija de, hermana de, esposa de y que cuando un día, esa “mujer de” decide suprimir esa preposición y pertenecerse a ella misma puede llegar a pagar un precio muy caro.
En esta fecha tampoco podemos olvidar a las mujeres de Ciudad Juárez asesinadas sistemáticamente mientras las autoridades se dan la vuelta, ni a las nigerianas que son condenadas a morir lapidadas por adúlteras, asociando violación a adulterio como hemos visto recientemente en el caso de Amina Lawal, ni a las niñas tailandesas vendidas para ser prostituídas, ni a las yemeníes, egipcias, jordanas, víctimas de crímenes de honor, ni a las indias rociadas con ácido si rechazan un marido, ni a las que viven encarceladas en sus burkas, ni a tantas otras que no tienen el derecho de denunciar, tan siquiera, las tropelías de las que son objeto por el simple hecho de ser mujeres.
Ciudad de Mujeres, 25 de noviembre de 2003
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