Sobre la mesa de la cocina había una caja de cerillos. En la mesa de la sala había una pila de periódicos de la semana. Un gato dormitaba, entrecerrados los ojos, y la música suave de un radio encendido añadía placer y serenidad al ambiente.
Un par de manos muy activas tomaron la caja de cerillos, hicieron una pila con los periódicos de la sala, retorciéndolos para mejor efecto, y sin hacer caso ni del gato adormitado ni del radio encendido, prendieron un fuego que en seguida se extendió a las cortinas.
Se produjo un incendio que arrasó nada menos que diecinueve casas del vecindario, destruyéndolas por completo y causando más de un millón de dólares de pérdida, y no pocas vidas humanas. El fuego lo había iniciado un niño de siete años de edad.
El problema de la piromanía infantil, de estos niños que tienen la tendencia a provocar incendios, es fundamentalmente un problema en los hogares. Así lo afirma el doctor Douglas Myers, psicólogo especializado en el tratamiento de los chicos pirómanos.
«El niño procura desquitarse de su mal trato -dice el doctor Myers-. El niño pirómano es por lo general un chico que es despreciado en el hogar, que viene de hogares destrozados o padece indiferencia por parte del padre o de la madre. Su piromanía es una reacción aprendida contra la depresión y la ira.»
«Estos chicos -concluye el doctor Myers, que ha tratado a muchos de ellos- han sido víctimas, algunos de abuso sexual o físico. No saben estar contentos consigo mismos y carecen de capacidad para enfrentar los problemas de cada día. El fuego es uno de los símbolos más poderosos relacionados con la conducta.»
Estas palabras son solemnes y conmovedoras. Si vamos a la cunita donde está jugando nuestro bebé, por ahora veremos que ríe, grita, dice encantadoras palabras incoherentes y agita las manos y las piernitas cuando nos acercamos. Pero ¿cómo podemos estar seguros de que dentro de cinco o seis años no estará prendiendo un fuego en la sala de nuestra casa? ¡Mucho depende del trato que reciba en nuestro hogar!
Es el deber sagrado de los padres proveer a los hijos un hogar lleno de amor, de paz y de seguridad. Es el deber de los padres educar a sus hijos dentro de un clima de consideración, respeto y cariño. Sólo cuando Cristo es el Señor y Maestro del padre y de la madre es posible crear ese clima espiritual que los hijos necesitan y merecen.
Hermano Pablo
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